Un ginecólogo me dio un mal diagnóstico y quedé embarazada. Alto riesgo, lo detectaron a medio camino, a punto de abortar. Este mismo ginecólogo me decía que era imposible para mí volver a tener hijos, que esto era un milagro. Para mí fue el día en que me dejó sin nada.

Sufrí violencia psicológica y la sigo sufriendo, en menor medida, por parte de mis familiares. Me quedé sin trabajo, la empresa en la que trabajaba me desaforó. Entregué a mi bebé en adopción, bajo un proceso violento por parte de la asistente social del hospital y mi madre. Al menos mi bebé está bien junto a su familia de acogida, está sana y amada.

No puedo irme con mi hijo porque no estoy trabajando, ya no tengo antigüedad laboral ni ingresos más que mi postnatal, que acaba en abril. No sé cómo encontrar un trabajo que me permita arrendar bajo los requisitos que ahora piden en todos lados. Me siento amarrada, angustiada, impotente, mal. Quiero que ese médico y esa asistente social paguen de alguna forma lo que me hicieron. No puedo con tanto.

Tengo que estar fuerte para mi hijo y para mi pareja, él está destrozado y yo estoy abatida. No vivimos juntos, nos vemos seguido. Quiero llorar todos los días, liberarme de tanto dolor guardado. Lo único en que encuentro consuelo es que tuve que abrir todas mis heridas, abrir todo mi pasado de violencia que han ejercido sobre mí para que mi bebé esté segura, a salvo de tanto sufrimiento.

Estoy mal, no sé qué hacer. Estoy amarrada en un lugar tóxico y sin amor. Me quiero ir, nos queremos ir. Pero no puedo. No me queda fuerza. Solo estoy esperando a que el postnatal acabe. No hay hora en el consultorio para salud mental ni hay dinero para un particular.

Escuchar es ayudar

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