Me siento angustiado, lidio cada día con mis ganas de suicidarme. Lleno mis días de actividades ridículas que me hacen sentir útil. Soy trabajador de la salud, paradójicamente, y acompañar a morir a mis pacientes es un soplo vital, de entregar dignidad, humanidad e intimidad a ese momento.

Pero cuando estoy solo, criando, me conformo con saber que viví un día más. Que algo pasó cada día que era especial. Esta semana dejé mi trabajo y mi pareja se fue a ver a su familia a Argentina. Sigo vivo por que sé que ella existe, en algún lugar, y es feliz abrazando a su madre. Y soy consciente del daño que le haría si muero. Pero es tan profunda esta desazón, mi cuerpo transgénero no se condice aun con mi identidad. Es triste saber que las hormonas no harán que mute mi cuerpo, y mi precaria situación impide que me opere para verme como soy. Es triste querer tener más hijos y ya no estar dispuesto a parir nuevamente ni amamantar como lo hice antes. Miro a mi hijo y no se merece que muera su madre. Pero estoy tan triste y deprimido cada día.

Me siento a cargo de mí, es por eso que he renunciado. No puedo seguir cuidando a 12 personas cada turno, porque llego a mi casa después de un turno de 24 horas y comienza la desazón. Mi única terapia es ver morir a mis pacientes luego de cuidarlos por meses para luego llegar a mi casa y pensar que se fueron de esta vida en paz, que descansan de sus propios cuerpos, que muchos de ellos murieron lúcidos y sus cuerpos eran su cárcel. Y así me siento. Transgénero, incolapsable, incorregible. Necesito ayuda y no sé dónde gritarla. Trabajar en salud es mi paradoja.

Escuchar es ayudar

¿Alguna vez alguien te contó un problema sobre su salud mental?
Para poder superar situaciones complicadas lo primero es hablar con otros. Y saber qué decir es clave para poder ayudarnos.

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